ALEX CAFFI
por Maximiliano Catania/FUNO
Buenos Aires (AR), 18 Mar 2003
De aquel muchacho soñador y emprendedor de su aventura en la F1 al campeón de Gran Turismo Francés de esta hora, hay toda una historia de múltiples emociones, cimentadas por las alegrías. Un poco de nostalgia, quizás. El deseo de emular a su padre. Un testimonio exclusivo.
El hábito de analizar a las jóvenes esperanzas italianas del automovilismo que alguna vez hicieron pie en la Fórmula 1 es tan apasionante, que merece la más exhaustiva investigación, y los resultados que la búsqueda genera compensan con creces - créanme - los denodados esfuerzos a la hora de recolectar estos datos vitales, valuados en oro. Las décadas del '80 y '90 fueron ricas de volantes talentosos de la Península. Entre ellos, la figura de Alex Caffi es un referente ineludible.
El solo hecho de haber nacido en Brescia le embebe de automovilismo. Porque en Rovato - que al fin y al cabo es el pago de Alessandro - como en toda la extensión de la provincia lombarda, la mística de las Mil Millas es algo que engrandece a sus habitantes. Y con el respaldo de una historia detrás de él, inició su romance con las vetture. Peldaño a peldaño, aprobando cada examen del deporte motor. Y así llegaron los buenos tiempos de las Fórmulas Preliminares, con éxitos por doquier. Y la oportunidad mayor (1986) debutando en un lugar de ensueño: Monza. El sueño de todo italiano con un equipamiento todo italiano: la escuadra (Osella), el motor (Alfa Romeo), los neumáticos (Pirelli), el combustible (Agip) y el hombre en la carlinga. No desentonó ni se dio por vencido siquiera cuando las cosas parecían empeorarse para dificultar las cosas. Luchó a brazo partido y la butaca de la Scuderia Italia (1988) fue una recompensa. Una escuadra gallarda, con el rosso que tanto le sienta a los monopostos del apasionado país europeo. Llegaron los resultados: en Portugal arañaba una unidad con el 7° puesto. La consagración arribaría la temporada siguiente, con una máquina dispuesta a ir adelante. Todo podría haber sido excelso, de no ser por ese toque fratricida de su compañero Andrea de Cesaris en Phoenix, el día que había sido segundo en las calles norteamericanas. Más: 4° en Mónaco y 6° en Canadá, mientras en Hungría la 3ª posición en la grilla ratificaba lo probado: un gran talento. El paso a Arrows (después, Footwork) ansiaba ser el ideal para propiciarse a la plataforma del suceso, pero el motor Porsche no fue lo que se esperaba y todo se fue al diablo. La frustrada ligazón con Andrea Moda (1992) para seguir en la categoría, si bien decepcionante, no le derrumbó.
Consideró sus sueños y escogió el sendero de los autos con techo. Encontró allí un campo para crecer y su patrimonio humano no era para ser desmerecido por los jefes de equipo. ¿Quién mejor que él para definir todo esto? "Aquellos de la F1 han sido 5 años bellísimos y sólo puedo decir que no tengo lamentos de aquel tiempo, también porque encontré una segunda carrera que me está dando muchas satisfacciones. ¡Me disgusta sólo no haber tenido la máquina justa para demostrar cuánto valía en aquel tiempo!". Hoy es quién es en el mundo de los coches sport. En el GT francés se coronó Roi con una Ferrari 360 Modena. Es feliz con su hijo Michele, su trofeo más valioso. Y tiene más ambiciones: vencer las 500 Millas de Indianápolis, y una carrera de trepada (Cronoscalata Malegno Borno), tal cual hiciera su padre en 1965. ¡Bravo!
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